§Americhe. Riemergenze, pluriversi e resistenze
Una cartografía identitaria: aproximación a Viajera crónica (2011) y Visto y oído (2012) de Hebe Uhart
de Linda Petenò

Prolegómenos: arqueología de una construcción  

A lo largo de la década pasada, en el momento de mayor difusión y reconocimiento de su obra [1], la escritora argentina Hebe Uhart (Moreno, 1936 – Buenos Aires, 2018) empieza a publicar una serie de colecciones de crónicas de viaje en donde relata sus estadías por varias localidades de Argentina y de otros países latinoamericanos [2]. En estos textos, Uhart juega con la ductilidad y la heterogeneidad genérica propia de la crónica no solo para oscilar libremente entre el relato de ficción y el ensayo de carácter histórico y etnográfico, sino más bien para observar y detenerse, de manera insólita, sobre elementos comúnmente considerados “menores”. La praxis literaria de Uhart, hecha de «detalles, menudencias, mundos parciales, sucesos de un día cualquiera» (Villanueva 2015, 109) que suelen pasar desapercibidos y que se ocultan entre los pliegues de lo cotidiano, se interseca con la experiencia del viaje y con su relato para brindar una cartografía inédita del espacio geográfico y de la(s) identidad(es) del subcontinente. 

Los textos de Viajera crónica [3] (2011) y de Visto y oído [4] (2012), los dos volúmenes que inauguran su labor de cronista [5], se insertan dentro de una larga tradición y genealogía literaria. En efecto, el relato de viaje hacia y por América Latina define las letras y la identidad del continente desde su misma fundación. Se piense, por ejemplo, en el papel que textos surgidos de la experiencia del viaje jugaron en la “invención” del así llamado Nuevo Mundo desde las etapas del descubrimiento y de la conquista (O’ Gorman 1977). De hecho, el vasto repertorio de textos sobre América, cuales cartas, crónicas y relaciones, no se limitó a atestiguar el descubrimiento del continente americano, sino más bien contribuyó de forma determinante en la creación y difusión de los imaginarios que hasta hoy en día se asocian a los territorios trasatlánticos. Proyectando su proprio archivo de creencias y de mitos, los descubridores y conquistadores europeos encubrieron el continente latinoamericano detrás de una máscara, hecha de imágenes hiperbólicas y maravillosas, que habilitaba y legitimaba su diferencia e inferioridad. Los textos fundacionales, como los de Colón y de Cortés, en el intento de asimilar lo desconocido a categorías conocidas para darle una definición, no hicieron que autorizar y posibilitar la posesión y la dominación del continente recién descubierto. 

En los siglos posteriores, la capacidad de los libros de viaje de plasmar los imaginarios acerca de tierra lejanas se reafirma (Pratt 2007). Los volúmenes que recogen la obra enciclopédica de Humboldt, hecha de escritos, dibujos y mapas, proporciona una multitud de sugestiones y de visiones del continente latinoamericano que moldea su imagen por ambos lados del Atlántico y que (re)inventa América dentro del nuevo orden global. El intelectual alemán redescribe y redefine el paisaje americano y los seres que lo habitan en línea con el proyecto de la estética romántica europea, centrándose en la dramaticidad y en la inconmensurabilidad de la naturaleza frente al hombre y en la imposibilidad de circunscribirla y de entenderla a partir de sus categorías. El discurso científico acerca de estas tierras, reducidas a montañas, forestas y desiertos, borra completamente los hombres que las poblaban despojándolos de su propria tierra y deterritorializándolos. 

Las imágenes del subcontinente propuestas por Uhart en sus insólitos relatos de viaje contrastan con las que habían circulados gracias a la difusión de los textos fundacionales del continente y que habían sido introyectadas y reeditadas por los mismos intelectuales latinoamericanos. El amplio corpus de crónicas de Uhart pone en marcha una serie de estrategias que operan a efectos de contrastar las representaciones que se instauraron como hegemónicas con respecto al continente latinoamericano. En efecto, sus textos no solo graban los cambios y las contradicciones que tanto la forma de viajar como ciertos contextos marginados y suburbanos han ido sufriendo en las últimas décadas, sino, además, deshacen y redibujan fronteras espaciales, identitarias y epistemológicas a partir de una personalísima manera de percibir el mundo y de situarse en este.

Hebe Uhart © fundación la fuente

Un ensayo fotográfico
El carácter subversivo que califica y que vertebra en términos estructurales la totalidad de la producción literaria de Uhart se rastrea, sin lugar a duda, en las peculiaridades proprias de la construcción de la mirada. Las características de dicho dispositivo se revelan aún más llamativas a la hora de aproximarse a sus crónicas de viajes por las imbricaciones que se establecen entre la mirada y la construcción del espacio argentino y latinoamericano. Como explicado también por Rosalba Campra [6], es precisamente de la mirada europea que se definió y que, de alguna manera, sigue definiéndose el continente latinoamericano. Además, dentro del paradigma occidental, como ejemplificado por la proverbial ecuación que se establece entre “ver” y “saber”, en donde se marca y se estrecha la relación entre la vista y la producción de conocimiento, la mirada establece su primacía frente a los demás sentidos (Curi 2004) [7]. Sirviéndose de las mismas herramientas que posibilitaron la construcción del orden moderno y que autorizaron protocolos de asimilación y de apropiación como en el caso de Latinoamérica, Hebe Uhart pone en marcha un conjunto de mecanismos que impugnan los imaginarios circulantes para sustituirlos con imágenes inéditas del continente.

Como ya evidenciado por las primeras aportaciones críticas a la narrativa de Uhart, la peculiaridad de la mirada de la escritora bonaerense se sitúa en su capacidad de observar las cosas externamente, de forma fotográfica, para sacar instantáneas cuyo costumbrismo se caracteriza por una insólitamente profunda penetración filosófica y antropológica (Gandolfo 2007). Su escritura, que, desde una lectura superficial, parece calificarse por rasgos simples e infantiles, logra articular una mirada que resulta capaz de percibir y de revelar una dimensión distinta a la que estamos acostumbrados, provocando, pues, un efecto de desfamiliarización hacia el mundo conocido [8]. Humorística, inquisidora y solo en apariencia ingenua, la mirada que vertebra la estructura de los textos de Uhart (re)construye mundos en donde la nitidez y la transparencia del lenguaje producen un efecto de extrañeza que se desprende de un juego de focos en donde se alternan relaciones de cercanía y de lejanía, de proximidad y de alejamiento (Speranza 2010). Se trata de un efecto artificial y excepcionalmente conseguido gracias a la utilización de una primera persona que se obstina a mirar con ojos otros y lentes ajenas. Desde una mirada sesgada, que hace ver y que invisibiliza a la vez, Uhart fabrica mundos hechos de acontecimientos mínimos y de detalles triviales que amplifican el encanto y la extrañeza hacia la cotidianeidad, explotando las potencialidades y las fragilidades del mecanismo óptico

La técnica fotográfica que articula las crónicas de Viajera crónica y Visto y oído determina importantes transformaciones en la construcción y en la representación del espacio latinoamericano y de quienes lo habitan. Las consideraciones que el crítico e historiador del arte John Bergen proporciona en Questione di sguardi (1998) [9] nos permiten reflexionar no solo acerca de las peculiaridades de la mirada y de sus implicaciones, sino de especial manera sobre la mirada y sobre su relación intrínseca con la creación del espacio. De hecho, la de mirar es una acción que implica la construcción de un espacio dentro del mundo que nos rodea y, además, es precisamente a partir de este principio que instauramos la relación entre nosotros y el mundo. En particular, no nos limitamos a situarnos en el mundo, sino también nos situamos temporalmente, porque la acción de mirar siempre está condicionada y, a la vez, determinada espacial e históricamente dependiendo de dónde nos encontramos. La visión, come ejemplificado por la cámara fotográfica, no es un acto meramente pasivo, sino implica una actividad que no se manifiesta únicamente en el acto del fotógrafo y que acciona una forma de actividad en el sujeto fotografiado mismo [10]

El ojo de Uhart capta elementos esenciales, triviales e incómodamente cotidianos a través de un proceso de segmentación y de selección de lo real, que le permite pone de relieve particulares marginales y marginados y rescatar del silencio y del olvido elementos que habían sido excluido del discurso dominante. Los detalles que colecciona Uhart en sus crónicas de viajes van dibujando un ensayo fotográfico en donde se suceden instantáneas que enclaustran núcleos narrativos fértiles y productivos: los sujetos fotografiados son sujetos activos, que se agencian gracias a la actividad de la mirada de Uhart, encontrándose, de esta manera, en la posición de poder relatar su propria historia y convirtiéndose, entonces, en auténticos sujetos de enunciación. De esta forma, se posibilita la construcción de una memoria, de un documento, que atestigüe la presencia de elementos que habían sido borrado y llevados hacia su autoeliminación.  La mirada fotográfica permite a Uhart de acceder a un intrasaber, que se coloca entre los pliegues de los saberes dominantes, y de articular una forma de escribir la realidad que no solo resulta alternativa, sino más bien subversiva. Es propio el particular, el punctum de la fotografía, que despierta al lector y que lo obliga a buscar formas alternativas de leer el texto y de interpretar el mapa de los seres y de los espacios que se articulan en las crónicas de Uhart. 

 

La iconografía del espacio
En sus viajes por localidades marginales de Argentina, que comparten muy poco con los itinerarios más turísticos promocionados por las agencias de turismo, Uhart va dibujando una cartografía del país suramericano que difiere y que contrasta con las que otros autores argentinos propusieron a lo largo de los siglos pasados convalidando y reproduciendo las que habían sido precedentemente realizadas en los textos fundacionales del continente [11]. En los relatos de Uhart el barroquismo asociado a la esfera de lo maravilloso, que solía llenar un vacío cognoscitivo, deja espacio a un lenguaje despojado y esencial, cuya precisión articula un equilibrio delicado entre nitidez y opacidad. Desaparece también el afán cientificista propio de ciertos textos del XVIII y del XIX, que intentaban clasificar y racionalizar la realidad latinoamericana en el desperado esfuerzo de domesticarla. Ya desde sus primeras colecciones de crónicas, como Viajera crónica y Visto y oído, Uhart escribe espacios inéditos, como si viajara por una página blanca sobre la cual volver a escribir y a imprimir sus fotografías. Uhart no solo narra espacios sobre los cuales aparentemente no hay nada que decir, sino más bien deja que, gracias a su mirada y a un oído bien entrenado, ellos mismos se narren

Los viajes de Uhart, que huye de Buenos Aires, toman forma recorriendo lugares que quedan lejos de los principales sitios turísticos de Argentina y que, según los estándares de los reportajes de viaje tradicionales, se caracterizan por un interés y un potencial atractivo escasos.  Las metas de sus viajes, prevalentemente pequeñas ciudades y centros suburbanos de las distintas provincias del país, se sitúan en un espacio liminal entre el campo y la ciudad, colocándose, de esta manera, ontológica y epistemológicamente fuera de la tradicional oposición entre centro y periferia, entre civilización y barbarie. Adhiriendo a una poética y a una política de lo suburbano, el texto habilita la instauración de un espacio que no se limita a ocupar una posición intermedia, sino que se construye como un espacio que resulta cerrado y autónomo (con respecto al campo y a la ciudad) y, al mismo tiempo, que presenta unas aberturas y puntos de huida. De esta manera, el pueblo, el microcosmo privilegiado de las crónicas y del resto de la narrativa de Uhart, se ve atravesado por motos centrípetos y centrífugos que le permiten escapar de los binarismos y de las dicotomías tradicionales. Estos espacios, por su propria colocación, cuestionan fronteras para desmenuzarlas y sustituirlas a partir de una mirada inquisitoria y solo en apariencia ingenua.

Estos pueblos y centros de provincias son espacios suburbanos, de los cuales se relata el mero día a día y en donde no suele pasar nada de extraordinario, distan mucho de maravillas naturales cuales las cataratas de Iguazú en Misiones, la cordillera de los Andes o las salinas de Jujuy. Entre los lugares preferidos de la escritora bonaerense, se encuentran, sin lugar a duda, los pueblitos de la provincia de Entre Ríos. Es el caso, por ejemplo, de Irazusta, un desconocido pueblo de mil habitantes, cerca de Gualeguaychú, al cual dedica la crónica homónima de Viajera crónica: «De un solo golpe de vista, yo abarcaba todo el pueblo. Las casas estaban frente a lo que había sido la estación y ahora era una casa tomada, pero a diferencia de las casas tomadas en la ciudad […]. Desde donde estaban esas casas y la estación, se veía la plaza con sus detalles; junto a la estatua de San Martin, se veía un caballo pasteando. […] se veían llegar las personas desde lejos, venían desde los sembrados de girasol, y uno percibía nítidamente como caminaban y de qué color era su ropa» (64-65).

De la región patagónica, en lugar de visitar los glaciares, recorre los pueblitos de Neuquén y de Río Negro. En la crónica “La Patagonia manzanera”, de la colección Visto y oído, se le: «En otro folleto se lee “Asociación civil, ruta de la pera y la manzana”. Eso quiero volver a ver, el monumento a la pera y a la manzana, que una vez vi de pasada, nomas. Me parece interesante un monumento a las frutas, son algo útil y hermoso, algo vivo. […] Entonces me digo: “Voy a ir, si señor, por la ruta de la pera y la manzana”» (294).

De esta manera, después de haber viajado en avión de la ciudad de Buenos Aires a Neuquén capital, se toma un micro y, atravesando Cutral Co y Zapala, «tierra reseca, polvo amarillo» (295), llega, por fin, a Junín de los Andes. La ciudad nunca ocupa un lugar protagónico y su papel se limita a el de una zona de tránsito, que posibilita la comunicación y el transporte entre una localidad y la otra. En la crónica “Rosario de la frontera”, en la provincia de Santa Fe, corazón de la pampa gringa, por ejemplo, tras haber recorrido rápidamente el centro de la ciudad portuaria, en donde se encuentra el célebre monumento a la bandera, Uhart se va hacia la costanera, el parque de la Independencia y, por fin, se dirige al centro El Obrador, que queda «a unos diez kilómetros de la ciudad» (58). Justo afuera de Rosario, se encuentra un centro comunitario, situado en un barrio en donde predomina la comunidad toba proveniente del Chaco, en el cual se desarrollan actividades y talleres de carácter cultural con miembros de la comunidad.

Como quizás resulta posible notar también en los ejemplos antes proporcionados, la gran mayoría de los espacios que se articulan en las crónicas de Uhart se distinguen por una condensación y estratificación de elementos discordantes. En sus visitas a los pequeños centros suburbanos, la Uhart de las crónicas logra fotografiar la yuxtaposición de elementos tal vez contradictorios y disonantes que se encuentran fusionados en un único espacio. En el afán para trazar continuidades y discontinuidades entre un pasado a punto de borrarse y un futuro que lo va arrastrando, Uhart recupera una multitud de elementos residuales que pertenecían a sistemas socioculturales anteriores y que en el texto se manifiestan como auténticos elementos de resistencia al fin de revalorizarlos y revitalizarlos. Dichas preocupaciones se encuentran tematizadas en la crónica “Antes del cabio”, que inaugura la segunda sección de Viajera crónica, en un viaje por los pueblos que rodean la cercana Montevideo: «Es zona de viñas, huertas, granjas y molinos; todos los cultivos están florecientes, pero existen dos preocupaciones conexas: el Mercosur y la instalación del puente Buenos Aires-Colonia, que incentivaría el proceso, ya vigente, de la concentración del capital y de la capacidad para producir y exportar, en detrimento de los pequeños productores que ya ahora suelen terminar siendo peones de los productores con más capital. Antes de que todo cambie, es bueno registrar ciertos aspectos de la vida cotidiana de estos pobladores» (Uhart 2011, 93).

En las crónicas de Uhart no faltan además aquellos espacios que podríamos identificar como no-lugares [12], zonas de tránsito y transitorias, cuales cafés, micros y terminales, que marcan la experiencia de la viajera contemporánea. A este propósito, se hace muy insistente la presencia de elementos cuales las carreteres y las autopistas que conectan un lugar al otro y cuyo aspecto ha cambiado a lo largo del tiempo. También los micros y los aeropuertos se convierten en espacios fundamentales de estas crónicas, dinamizándolas, dotándolas de movimiento e invitándonos a repensar en la manera en que habitamos estos espacios. Algo parecido pasa cuando la cronista se va en hoteles y hostales – sitios en donde trascurre parte de su estadía -, que se configuran como lugares que hacen imaginar formas nuevas de (des)habitar el espacio. Entre un viaje en micro o en remís y un par de entrevistas, aparecen muy a menudo las cafeterías y los quioscos, ideales para tomarse un café o una coca, fumarse un cigarrillo, y empezar a esbozar una crónica sobre el lugar recién visitado, tematizando, de esta manera, el mismo proceso de escritura y, asimismo, dotando el texto de una dimensión metaliteraria. 

 

Conclusiones: una cartografía identitaria
En el análisis del relato de viaje resulta posible observar cómo los espacios diriman identidades y saberes. Los espacios protagonistas de las crónicas de Uhart, cuales los pueblos y los pequeños centros urbanos, se ven poblados por una multitud estratificada y heterogénea de sujetos que amplía la identidad del país suramericano. Los espacios suburbanos y las subjetividades que los habitan, cuales paisanos, campesinos, descendientes de los pueblos originarios, pero también intelectuales y emprendedores locales, toman vida en las páginas de Uhart, que los agencia a través de las peculiaridades de su mirada, grabándolos como si fuera una cámara fotográfica y, al mismo tiempo, oyendo en calidad de espectadora su propia narración. Dichos fenómenos, relacionados a la construcción de la mirada y de la voz en la narrativa de la escritora bonaerense, se encuentran tematizados en el sugerente título de su segunda colección de crónicas, Visto y oído. Por un lado, “visto” y “oído” remiten a los dos ejes, tanto a nivel formal como a nivel temático, proprios de su narrativa; por el otro, “visto” y “oído” hacen transitar los textos de Uhart hacia la dimensión de lo testimonial. Las crónicas de Uhart articulan así una cartografía lingüística e identitaria de marcado carácter polifónico, en donde se crea el espacio para que se inserten voces que antes no habían sido escuchadas, pero, sobre todo, en donde se establecen las condiciones para que nosotros, los lectores, aunque no estemos acostumbrados, nos pongamos a oírlas. 

Además de grabar las costumbres de Argentina y del resto de Latinoamérica, Uhart teje una articulada serie de crónicas cuyo interés principal es la lengua. En los textos la curiosidad hacia las formas de decir se manifiesta con una gran variedad de soluciones. Se piense, por ejemplo, en la intensa búsqueda de refranes y formas de decir por las distintas provincias del país suramericano. En las crónicas que inauguran la colección Viajera crónica, “A orillas del Paraná”, en un largo recorrido por los pueblos entrerrianos, se lee: «Todavía es pueblo Victoria, llamada la ciudad de las siete colinas: es pueblo en las expresiones de sus habitantes. Por ejemplo, no dicen “camine siete cuadras y doble a la derecha”. Dicen: “sube para allá” o “baja”. Subir es siempre ir al centro y bajar es ir hacia la periferia. Tampoco “izquierda y derecha”. Viene a ser donde marca mi mano» (27).

Su curiosidad hacia la(s) lengua(s) de Argentina hace que la escritora no se limite a escuchar y a tomar notas de las distintas formas de decir de los pequeños centros suburbanos. En sus crónicas, Uhart, consciente de que la lengua plasma la manera de pensar y representar el mundo por parte de los seres humanos, graba soluciones que le suenan apropiadas para describir lo que va observando en sus recorridos y que, de casualidad, oye decir a alguien, como pasa en Laguna del Pescado, cuando una mujer, con respecto a sus plantas, dice «Demasiado han guapeao» (28), o, en Diamante, una vecina, cerca del río Paraná, exclama «¡Se ve un lucerío! ¡Viera como andan loqueando las luces del lao de allá!» (30). Además, le interesan particularmente los ambientes bilingües y las escuelas de enseñanza bilingüe, en donde el español entra en contacto con otras lenguas, como en el caso del guaraní. En el tejido textual de las crónicas, marcas proprias de la lengua oral se manifiestan también en párrafos de carácter informativo y/o descriptivo, alterando la estructura y las leyes ortográficas y gramaticales típicas del español escrito. Este conjunto de estrategias opera a efectos de desactivar la relación que se establece en la oposición, binaria y jerárquica, entre oralidad y escritura. Marcas de oralidad en la escritura se rastrean también en las frecuentes citas de carteles y grafitis que la Uhart narradora de las crónicas encuentra en los lugares que visita, como resulta evidente en el fragmento que sigue: «En la plaza, hay un cartel urbano: “Por favor, no arroje residuos al piso” y en su reverso, un grafiti: “Chiche guampudo”» (Uhart 2011, 27).

La recuperación de culturas y de materiales textuales que habían sido antes silenciados conoce desarrollos ulteriores. Las crónicas de viaje de la escritora argentina tejen un estratificado enredo intertextual en donde se citan y se hace referencias a textos que pertenecen a un vasto abanico de géneros discursivos. En las crónicas recogidas en Viajera crónica y en Visto y oído, se cita a científicos e historiadores oficiales, pero, de especial manera, se hace referencia a fragmentos sacados de poemas escritos por intelectuales y cronistas locales. En la crónica “Mina, capital cultural de las sierras”, leemos: «Minas tuvo visitantes ilustres. En 1832, Darwin, siempre caustico, dice: “Llegamos a la aldea de Minas; tienes algunas colinas, pero, en suma, el país conserva el mismo aspecto, aunque los habitantes de la pampa verán en eros cerros los Alpes”. En 1893, visita Minas Sara Bernhardt; también vivió allí Florencio Sánchez. […] La variedad de etnias, sus psicologías, el nomadismo, la relación campo-pueblo han sido tratados magistralmente por Juan José Morosoli, hijo de Minas» (125-126). 

No faltan, además, entrevistas a personalidades importantes de los pueblos que Uhart visita a lo largo de sus recorridos, como aquellas que hizo a antropólogos, artistas y artesanos o a miembros de las comunidades indígenas. Se trata de una estrategia que, por un lado, alimenta y amplifica el carácter polifónico de las crónicas de Uhart, en donde se mezclan de manera elástica distintos géneros, registros y discursos, y, por el otro, una manera de insertarse en una tradición para desautorizarla y autorizar otra(s) que antes había(n) sido borrada(s). 

Al trabajar con producciones literarias e historiográficas periféricas, que en sus crónicas se contaminan y se fusionan con los discursos literarios e historiográficos canónicos, Uhart logra construir una tradición hibrida y plural que no ignora el discurso oficial, sino que, citándolo abiertamente, lo impugna para desautorizarlo al fin de legitimar otros discursos productores de conocimientos. Uhart logra captar, y se detiene en, detalles capaces de desvelar cuestiones que marcan las contradicciones y la heterogeneidad de la cultura y de la tradición de una identidad nacional y continental a las cuales había sido impuesta la homogeneidad propria de la modernidad. La disolución de las fronteras entre oralidad y escritura, o entre centro y periferia, contribuye a rescatar elementos que se hubieran perdidos y que no se solía asociar a la imagen y al proyecto identitario de Argentina. 

En Viajera crónica y en Visto y oído, Uhart trabaja con la articulación de la mirada y de la voz de manera que subviertan los discursos histórico y científicos acerca del continente y de su proprio país a partir de la literatura. Desde el género fundante de las letras y de la realidad del continente, Hebe Uhart, cumpliendo viajes ordinarios, hasta rutinarios, e individuales, presenta una narración inédita del continente, ofreciéndonos las herramientas para repensarlo y reescribirlo.

Note
[1] El reconocimiento tardío de la producción cuentística y novelística de Hebe Uhart se debe, sobre todo, a la aparición de colecciones de cuentos y de antologías prologadas por celebres colegas escritores y académicos argentinos. Se piense, por ejemplo, en Camilo asciende y otros cuentos, prologado por Elvio Gandolfo, o al volumen antológico Relatos reunidos publicado por la editorial Alfaguara con un prólogo de Graciela Speranza.
[2]  La mayoría de las crónicas de viaje escritas por Hebe Uhart relatan sus estadías por pueblos y ciudades de Argentina. Sin embargo, hay también crónicas sobre Chile, Ecuador, México, Paraguay, Perú y Uruguay. En este trabajo se hará referencia sobre todo a las crónicas escritas sobre Argentina.
[3] Uhart, Hebe. “Viajera crónicas”, en Crónicas completas, Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2021.
[4] Uhart, Hebe. “Visto y oído”, en Crónicas completas, Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2021.
[5] Uhart escribe cinco volúmenes de crónicas de viaje: Viajera crónica, Visto y oído, De la Patagonia a México, De aquí para allá y Animales. Se considera oportuno analizar las dos primeras colecciones de crónicas porque ya a partir de los textos que aparecen en Viajera crónicas y en Visto y oído resulta posible rastrear las características principales de la extensa producción de crónicas de viaje de la escritora bonaerense. Además, muchos de los lugares que visita y que narra en dichas colecciones son los mismos que vuelve a visitar en los viajes sucesivos.
[6] Dichas cuestiones habían sido profundizadas por la académica argentina en el volumen America Latina, l’identità e la maschera (2013).
[7] Como observado por el académico y filosofo italiano Umberto Curi en su estudio Il potere dello sguardo (2004), la superioridad de la mirada frente a los demás sentidos en Occidente se rastrea también en la cultura clásica. Se piense por ejemplo en el mito de Medusa, en el mito de Orfeo o en el del anillo de Giges.
[8] Dicha desfamiliarizacion tiene unas consecuencias hacia el mundo conocido tiene unas consecuencias también sobre nuestro sistema hermenéutico y epistemológico.
[9] Berger, John. Questione di sguardi. Milano: Il Saggiatore: 1998.
[10] La forma de acercarse/distanciarse de lo real propria de los textos de Uhart, que se dota una notable carga documental, recuerda mucho ciertos rasgos proprios del cine y de la literatura neorrealista.
[11]  Se piense, sobre todo, en los textos de intelectuales como Lucio V. Mansilla y Domingo F. Sarmiento.
[12]  El término “no-lugar” ha sido ampliamente investigado por el antropólogo francés Marc Augé, teórico de la surmodernitée.

 

Bibliografía
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Linda Petenò (1998) estudia en la Università Ca’Foscari de Venecia, donde cursa la maestría en “Lingue e letterature europee, americane e postcoloniali” y se especializa en “Estudios ibéricos e iberoamericanos”. A lo largo de su carrera, ha realizado estancias de estudio y de investigación en España y en Argentina, donde, gracias a un programa de doble titulación, obtendrá el título de Licenciada en Letras por la Universidad Nacional de Santa Fe.