§Americhe. Riemergenze, pluriversi e resistenze
Un refrigerio para tres.
La ficción como herramienta transfeminista
por Camilo Andrés Rojas Tello, Danne Belmont, Dani Verástegui - Fundación G.A.A.T.

—¡Pongan atención, jóvenes! Tendremos la presentación de música de Javiera Díaz del curso 702. —Pasaron unos segundos—. Por favor, Javiera Díaz, subir al escenario.
—Vamos, Javi, nos están llamando.
—No pienso subir hasta que esa cucha me llame por mi nombre.
—¡Pero es la única manera de pasar! No has hecho sino capar clase por andar detrás del culo de las de once. ¿Te recuerdo que vas perdiendo ocho materias?
—¡Javiera Díaz y compañía, hacer el favor de subir a la tarima!
—¡Malparida! si me llama otra vez así, la dejo metida en su izadita.

La cantante de mi colegial banda, desesperada porque me iba tirando el año, se acercó a la tarima. Vi, porque no escuché, sus labios iracundos gritándole a la profesora: “¡Javier! ¡Se llama Javier Díaz!”. La profesora, que además era mi espantosa directora de curso, hizo una mueca con sus labios de morcilla y dijo, por fin: ¡Javier Díaz y Daniela Reyes, al escenario!

Toqué con furia. Sin mirar a los estudiantes. Clavé mi mirada en los acordes que hacía. Profesora malparida. Mi mamá se la pasa aquí metida hablando con todo el mundo precisamente para que no me expongan. Le voy a contar y ya verá la gorda que le armaré. Por algo soy el niño explosivo de mamá. Afortunadamente solo era una canción. Bajamos, guardé la guitarra y nos sentamos en el suelo, en la parte de atrás de la tarima. Daniela siempre me defendía sin que yo se lo pidiera. Su intuición pisciana la hacía transformarse en un monstruo marítimo cada vez que alguien me jodía. Yo solía molestarme porque me hacía el fuerte, el machito que no necesitaba ayuda. Pero siempre la necesité.

Al sonar el timbre el mar de estudiantes se desembocó sin tener que hacer esa ridícula marcha final por salones. Fuimos a la cafetería, compramos empanadas y una Coca Cola. Al salir de ahí nos encontramos con el tío de mi traga maluca y a sus amigos.

—Tan bonito que tocó Javierita.
—Ay, Joaquín, no empiece…
—¿No puedo felicitarlas por la canción a Javierita y a usted?
—¡JAVIER, IMBÉCIL, ME LLAMO JAVIER!

Lo empujé. Luego le di patadas. Pero no patadas torpes. Patadas karatekas. Cayó al piso cuando le di en el estómago. Cuando le iba a pegar un rodillazo en la nariz me detuvo Daniela, como siempre, mi ángel de la guarda. Mientras le pisaba la mano, dedo por dedo, le dije:

—¿Cómo es que me llamo?
—¡Jaaaaaaviiiieeeeeeeerrrrraaaaaaaaaauuuuu! ¡No más! ¡Aaaaaaaaaaahhhhh!

Nos fuimos con Daniela al otro patio, subimos la montañita y saltamos la reja que nos llevaba directamente a una pista de patinaje privada, por eso teníamos que desplazarnos con mucha cautela hasta estar totalmente en la calle. Qué bien olía nuestra puberta libertad. Una vez lejos por fin me tranquilicé. Caminamos por la carrera séptima hasta llegar a la plaza de Bolívar. Ahí estaba el alcalde Luis Eduardo Garzón, con una bolsa en las manos de maíz para las palomas, haciendo una pequeña rueda de prensa. Nos acercamos, escuché solo un rato. Siempre me ha aburrido la política. Daniela, por el contrario, asentía con la cabeza efusivamente, aplaudía, parecía que el corazón se le saldría. Cuando preguntaron si alguien tenía algún comentario mi amiga levantó la mano. En ese momento volví a poner atención:

—¿Qué estás haciendo?
—Justicia divina. Así es que se pelea.

El micrófono llegó a Daniela:
—Señor alcalde, muy bonito todo lo que dice, pero a mi amigo todos los días se la montan, si no son los estudiantes son los profes. Ayúdenos, por favor.

Me puse rojo como un tomate. ¿Cómo Daniela me exponía de esa forma? Lo que menos quería era pensar en el colegio. Por algo nos habíamos volado.
—¿Cómo es posible que un joven crea que desescolarizarse es la mejor opción?

El alcalde recibió otras de las peticiones de las personas que lo rodeábamos. Se tomó el tiempo de escuchar atentamente y de contestar, una a una, las inquietudes, menos la nuestra. Cuando emprendíamos la resignada retirada, el alcalde dijo:
—Es verdad. Ningún joven debería desescolarizarse. El lunes, a primera hora, iremos juntos al colegio. 

Nunca imaginamos que hablara en serio. El lunes, muy a las 6:15 a.m., pasó el alcalde buscándome en un auto. ¡Y no solo eso! Me había llevado el uniforme masculino como regalo. Pinche alcalde, me hizo chillar. Me puse el uniforme nuevo. Quedaba perfecto. Mi papá, que también lloraba de la emoción, tomó una foto del momento. Nos montamos en el auto el alcalde, su conductor, mis padres y Daniela. Al llegar a la puerta principal solo se escucharon murmullos. El alcalde me tomó de la mano y caminamos hasta la sala de profesores. Qué momento surrealista. Veía tan pequeñitos a los imbéciles que a diario me gritaban cosas. Mi espantosa directora de curso no era capaz de mirarme a los ojos, solo refunfuñaba con sus labios de morcilla, al igual que la idiota de la rectora. El alcalde habló:

—¿Qué clase tienen Daniela y Javier?

—Tienen inglés conmigo. —Contestó una profesora.
—Le pido, maestra, que les dé permiso para ausentarse.

La profesora asintió con una sonrisa en los labios. Siempre había sido bacana conmigo. Fue la primera en llamarme Javier en todo el colegio.
—Vamos, niños.

El alcalde nos tomó de las manos y caminamos por todo el colegio. Daniela y yo le contamos todas las cosas chéveres y las travesuras que hacíamos. Fue muy divertido. Después nos sentamos en el patio verde y compartimos un refrigerio; de a mordisco comimos un ponqué ramo, de a sorbos apretados tomamos el yogur de fresa y el alcalde repartió la mandarina. Nos tiramos las pepas y casi me trago una. Todos los cursos estaban embobados mirándonos desde las ventanas de los salones. Al terminar de comer nos levantamos, le señalamos al alcalde cuál era nuestro salón. Caminamos hacia él. Golpeó suavemente la puerta. Obviamente sabían que éramos nosotros; nadie despegó los ojos de la ventana. Antes de entrar a la clase nos abrazó, nos dijo cosas bonitas, sobre todo a Daniela. Hasta la felicitó por defenderme. Al entrar al salón me gustó la sensación. Me sentí poderoso, invencible. Al día siguiente, al llegar al colegio, también me sentí así. Y al siguiente y al siguiente.

Marcha LGBT de Bogotá, 2022 (Vallerie Haus, Cris Guerrero, Familias Trans) Ph. Jeferson Cardoza
Marcha LGBT de Bogotá, 2022 (Danne Belmont, Madre Cinderella) Ph. Jeferson Cardoza

La ficción como herramienta transfeminista

Este cuento-artículo es una invitación atrevida, peligrosa, a crear desde otros lugares diferentes a la primera persona, al testimonio, a la realidad real, lugares que parecieran ser los únicos permitidos para las escrituras de personas con experiencias de vida Trans y No Binarias. Peligrosa porque… ¿Qué escritura no es autoreferencial? ¿Cuándo no estamos hablando de nosotrxs? Quizá el asunto no es el qué sino el cómo, si desde el discurso, la experiencia, el ejemplo o la caída, en este caso, optamos por la ficción, por literaturizar la existencia y poetizarla, por moldear los cuerpos y las narrativas sin tener que corresponder al catálogo infinito de la diversidad sexual, ni a sus categorizaciones europeizadas, agringadas e imposibles de memorizar, que se quedaron en la explicación, en ser y hacer parte de las lógicas de la sociedad. ¿En serio deseamos tanta normatividad, tanta burocracia, tanta academia? ¿En serio queremos catalogarnos en el espiral de la colonización?

¿Somos dueños de nuestra historia? ¿Historia que se ha replicado de boca en boca (de los que pueden contar), de recuerdo sumado a la nostalgia, al protagonismo heroico, a la nebulosa luz de tiempos pasados, donde el activismo fue el diario vivir? Todo lo que nos rodea es ficción. Un simulacro. Desde la ciencia hasta la imaginación. Desde los átomos hasta los sentimientos y por supuesto, todos los recuerdos. García Márquez (2002) en su libro Vivir para contarla, dice: ‘La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla’. Hemos aceptado un mundo lleno de significados impuestos a unos significantes arbitrarios. Aún nos rigen patrones de las cavernas, aún la carne puede más que una identidad.

¿Por qué dar explicaciones? Que si nació así y ahora es asá, que si es ambas cosas, que si la, le, lo, que lo que sea que no concuerda, no importa. Y si tanto les importa, búsquenlo en Google, que la respuesta debe venir del norte. Lejos del nihilismo, aunque alimentado por él, nuestra Ítaca es que no importe el vestir, ni en lo que crea ni cómo se construya, ni homogenizar las experiencias ni las narrativas. Todo lo contrario. Queremos crear narrativas alternativas, paralelas, cruzadas, que correspondan al deseo, a la subjuntiva imaginación, no a la expectativa morbosa del capitalismo cis-cacorro que tergiversa, diferencia, con ínfulas de salvador, mesías del deber ser, de la familia tradi$ional.

¿Acaso hoy, tras tanta información y avances y lo políticamente correcto, no siguen siendo una completa miseria los titulares de las noticias sobre personas Trans? ¿Cuánto tiempo más tendremos que estar explicando qué es sexo, género e identidad? Es abrumador tener que justificar cada paso, cada sensación, cada sentir. La vida va más allá de la justificación y del entendimiento. Es muy limitado tener que representar a lo largo de la vida solo un lugar, una parte apenas de lo que es la identidad y pretender que sea estática, como si fuéramos iguales a quienes fuimos ayer, con la eterna melancolía por ser primis en todo: primis en fundar el primer colectivo trans, primis en las transmasculinidades, primis en cambiar el nombre, primis en salir a marchar. Mapis fundadores de todo, colonizadores de la militancia de las identidades, patriarcas y matriarcas del género y del binarismo de género.

Incluso cuando pensamos el género bajo los lentes de otras ciencias, cuestionar el paradigma binario que se ha infundado en “la biología” como ejemplo, suele ser un reto en el que se recurre a tener que explicar que el universo, el mundo o la naturaleza, no tienen solo dos formas de existir Masculino/Femenino basadas en categorías acordadas en un momento histórico por hombres cis heterosexuales del “primer mundo”. Olvidamos quizás, que las ciencias son una interpretación de nuestra realidad bajo acuerdos sociales. ¡Creemos tan fielmente en la gravedad cuando no la podemos ver, pero tan poco en las experiencias de vida Trans cuando las tenemos enfrente!. Nos han/hemos obligado colectivamente a tener que poner a prueba nuestra existencia, como si de un laboratorio social se tratara, cada identidad que se fuga de la norma, es vista bajo una lupa y encerrada en cajas tan pequeñas del entendimiento sobre quienes somos, que muchas veces nos escapamos todes por sus bordes y fronteras.

Se han estandarizado prácticas totalizantes, auto-trans-excluyentes, cuando la experiencia Trans puede ser de tantas maneras, podemos llegar a ella desde contextos tan disímiles, puede experimentarse, simularse, recrearse, innovarse. ¿Para qué contar lo que ya saben? No a todos los hombres cis les estamos preguntando qué se siente ser hombre, ni a todas las mujeres cis les estamos preguntando qué se siente ser mujer. Limitar el discurso de las personas Trans sólo a este tipo de preguntas es seguir en la eterna búsqueda de quién fue primero, si el huevo o la gallina.

El arte tiene el poder de transformar cualquier historia y experiencia, de volver una desgracia una ventaja, de convertir algo traumático en un decreto, una investigación, un proyecto de ley, una novela, un cuento, una canción, un poema, un performance y así podríamos enlistar cientos de posibilidades al estilo de la maravillosa escritora japonesa Sei Shonagon (2002) en El libro de la almohada. No tenemos por qué contar lo que no queremos contar; la sociedad tiene hambre pornográfica y se queda en la superficie, fetichiza, sin consenso, las experiencias trans y las acomoda a su amarillismo, porque no importa el hecho, importa qué tiene entre las piernas, importa el anterior nombre, importa que ‘no se note’ y que no haga cuestionar a su entorno; al contrario, mejor que se adapte. Y si hay que adaptarse al diario vivir para poder sobrevivir, que sea en nuestra narrativa que podamos ser libres, que leer nos salve la vida como nos cuenta el escritor Mario Mendoza (2022) en su libro Leer es resistir.

Naturalmente TRANS 2022, (Vallerie Haus). Ph. GAAT
Naturalmente TRANS 2022, (Vallerie Haus). Ph. GAAT
Naturalmente TRANS 2022, (Cris Guerrero). Ph. GAAT

Lecturas desde G.A.A.T.

Estamos a un clic, a una búsqueda en Wikipedia de ‘entender’ todo y desde hace unas semanas a una pregunta simple en una IA. El conocimiento pulula en las calles, en la web, en lo cotidiano. El folklore de la psiquiatría y la medicina ya no tienen la última palabra: hemos invertido los valores. Este espejismo autónomo, esta individuación de la experiencia humana nos ha particularizado. Toda nuestra vida está explicada. El inicio, el nudo y el desenlace. ¿Por qué seguir el mismo guión? El que nos impuso el discurso, la razón, la realidad real.

Kurt Vonnegut (1969), en su libro Matadero cinco, habla sobre la guerra, pero no de forma anecdótica ni periodística, aunque haya tenido que ir a la guerra. Construye una bomba que retuerce la realidad, la distorsiona y la potencia a su antojo. Hace de su escritura una lanza, una antorcha, un salvavidas, como también lo han hecho las hermanas Wachowski en Matrix o Sense8, o la escritora Camila Sosa (2019) en su libro Las Malas, o Luis Carlos Barragán (2018) en su novela El gusano, o en el concepto de la transcursividad creado en los años noventa por el sociólogo y filósofo colombiano Édgar Garavito, del que poco se conoce en este país y mucho le aportaría a las luchas, estudios y experiencias Trans y No Binarias colombianas, a la creación de narrativas que celebran la anarquía de no seguir el libreto de la militancia de las identidades del sistema sexo-género, sea cual sea su bandera. Ninguna forma es la correcta, así como todas las formas son las correctas.

¿Otra ficción? Los límites también han sido líneas inventadas en libros pedagógicos infantiles y en tratados multinacionales, que derivan en un frenesí de diferencias y normas de regulación, que los cuerpos arrastran; son también pesos del género atribuidos que como designios del territorio marcan rutas del existir. Como letras indisolubles escapan a la ficción siendo ella misma.
Entre meridianos y paralelos nos posicionan en un plano en 2D que no se acaba por entender, ya que cuerpos similares que migraron obligatoriamente de sus tierras, ahora nos encontramos alejados, a consecuencia del mercado y de la opresión. Mientras nuestra mirada de otros que fantaseaban con una tierra ficticia que se hacía cada vez real, mezcla de India tropical que prometía recursos y nuevo devenir, nos traza la manera de proyectarnos y entendernos después de arrasar con nuestras ficciones antepasadas, que renacen y se oponen cada vez con más fuerza con la juntanza de las rebeliones y el entendimiento de las carencias en consignas feministas.

¿Cómo apropiarnos de la ficción y volverla nuestra realidad? ¿Cómo darle el desenlace que deseamos a nuestra historia, a nuestro devenir y a nuestra existencia? El paso entre la ficción y la realidad casi pareciera difuminarse en la oralidad, en el voz a voz, en la poética; pero al mismo tiempo, en la escritura, que al plasmar la palabra, moviliza, crea otros finales en los que compartes un refrigerio con el alcalde en lugar de hablar de las reuniones en la Secretaría de Educación. La poesía no solo habla de amor ni el feminismo no puede ponernos la misma camisa de fuerza que ha utilizado el patriarcado para silenciar otras formas que se salen del binarismo de género; al contrario, debe seguir siendo el combustible para que las personas puedan ser en libertad, para que podamos reescribir nuestras verdades y falsedades a nuestro antojo.  Transitamos a lo inmutable, a lo monstruoso de nuestras posibilidades, a lo desconocido y como diría la artista trans sudaca Susy Shock (2008) ‘y que otros sean lo Normal’.

Note
[1]  Fundación Grupo de Acción y Apoyo a Personas Trans – Colombia.

Bibliografía
Barragán L., El gusano, Ediciones Vestigio, 2018.
García Márquez G., Vivir para contarla, Diana, 2002.
Gevisser M., La línea rosa, Ediciones Urano, 2022.
Mendoza M., Leer es resistir, Grupo Planeta, 2022.
Shonagon S., El libro de la almohada. Fondo,  Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2002.
Sosa C., Las malas, Tusquets Editores, 2019.
Susy Shock, Yo Monstruo Mío, 2008.
Vonnegut K., Matadero cinco, Black, 1969.

La Fundación G.A.A.T. es una organización social de base comunitaria que desde el año 2008 trabaja por la defensa de los derechos y la ciudadanía plena de las personas con experiencias de vida trans en Colombia.