«El desarrollo continúa siendo uno de los principales discursos y aparatos institucionales que estructuran la insostenibilidad y la desfuturización. Es crucial que los diseñadores para la transición resistan la fuerza intelectual y emocional de este imaginario, más aún ahora cuando ‘la comunidad internacional’ se prepara para otros quince años de prescripciones de políticas sosas, autointeresadas y perjudiciales, esta vez bajo el rubro de los llamados ‘indicadores de desarrollo sustentable’»
(Arturo Escobar, 2016)
Introducción
Este artículo tiene como objetivo analizar el discurso de mujer y desarrollo, desde un enfoque feministas descolonial, específicamente, las representaciones racistas, la producción de conocimiento sobre las mujeres del tercer mundo y la materialización de este discurso a través de la amplia red de instituciones del desarrollo, configurando. De este modo, un nuevo capítulo de la colonialidad de género. En un segundo momento, se propone una reflexión sobre el Posdesarrollo como termino sombrilla que agrupa las diferentes alternativas no liberales al desarrollo, entre las cuales se pueden encontrar las de las mujeres populares, campesinas, indígenas y negras de los llamados países del Tercer Mundo o del Sur Global. Finalmente, a partir de los supuestos del Posdesarrollo se plantearán una serie de cuestiones que tendrían que tenerse en cuenta para comenzar a pensar en mujer y desarrollo como un campo de posibilidad que no colonice la vida de las mujeres y que no contribuya a la perdida de otros mundos.
Un discurso de mujer y desarrollo a imagen y semejanza del Desarrollo.
Desde los años setenta el feminismo cuestionó la invisibilización que, durante las décadas del cincuenta y del sesenta, hizo el discurso del desarrollo sobre la mujer, su trabajo y su aporte al progreso de las sociedades. La crítica a la mirada patriarcal con que se ponían en marcha estrategias y políticas, buscaba el reconocimiento, la visibilización e igualdad para las mujeres a través del acceso a la educación, a la estructura del poder político institucional y al mercado laboral, pero sobre todo demostrar que sin las mujeres no se podría lograr el desarrollo. Sin embargo, esta crítica no abarcaba la lógica diagnostico/intervención del aparato del desarrollo, es decir el tipo de conocimiento que producían sobre los territorios y las poblaciones de esos países que consideraban subdesarrollados o del Tercer Mundo.
El discurso del desarrollo cuenta con una gran capacidad para producir realidades sobre los territorios y las personas que los habitan, ese poder es epistémico, crea categorías de análisis, metodologías, indicadores, planes de acción, que serán materializados a través de un sinnúmero de instituciones nacionales e internacionales.
«Para entender el desarrollo como discurso es necesario mirar no a los elementos mismos sino al sistema de sus relaciones recíprocas. Es este sistema de relaciones el que permite la creación sistemática de objetos, conceptos y estrategias; él determina lo que puede pensarse y decirse. Dichas relaciones – establecidas entre instituciones, procesos socio-económicos, formas de conocimiento, factores tecnológicos, etcétera – definen las condiciones bajo las cuales pueden incorporarse al discurso objetos, conceptos, teorías y estrategias. Es decir, el sistema de relaciones establece una práctica discursiva que determina las reglas del juego: quién puede hablar, desde qué puntos de vista, con qué autoridad y según qué calificaciones; define las reglas a seguir para el surgimiento, denominación, análisis y eventual transformación de cualquier problema, teoría u objeto en un plan o política.» (Escobar, 2007, p. 101).
El feminismo desarrollista, al estar articulado a la red del dispositivo del desarrollo, comparte su mismo marco de inteligibilidad. Desde ahí va a producir conocimiento sobre las mujeres del Tercer Mundo, categorías de análisis, estrategias e indicadores, las cuales se implementarán a través de las diferentes oficinas de la mujer y sus políticas públicas. Es decir, el discurso de mujer y desarrollo utilizará la misma lógica colonial de saber/poder para salvar a las mujeres que el patriarcal desarrollo desechaba como agente de cambio y transformación.
Las representaciones de las mujeres del Tercer Mundo y la colonialidad de género.
El discurso del desarrollo puso en circulación representaciones sobre las mujeres del Tercer Mundo donde se las muestra como personas sin capacidad de generar iniciativas o ideas para hacer frente a los problema en que se encontraban inmersas, marcadas por la pobreza, la falta de servicios básicos, múltiples embarazos, y el trabajo reproductivo que las hacía económicamente dependientes del varón. La genealogía de estas representaciones se puede rastrear hasta la colonia y la instalación del Sistema de Género Moderno/Colonial [1], que no consideró a las negras, indígenas y mestizas no blanqueadas como verdaderas mujeres (las blancas), sino como una especie de hembras “capaces de performar” algunos aspectos de la feminidad, pero siempre carentes de razón, imposibilitadas para los sentimientos más puros y sin voluntad propia. Estas ideas no solo funcionaron durante la colonia sino que mantuvieron su vigencia, solapadas en las nuevas gramáticas de los Estados nacionales y de los procesos de modernización, en lo que se podría considerar la larga duración del Sistema de Género Moderno/Colonial.
«Las mujeres del tercer mundo fueron vistas, cuando llegaban siquiera a ser vistas, como un impedimento del desarrollo. El discurso colonial presentaba a las mujeres del Tercer Mundo como “especímenes exóticos, victimas oprimidas, objetos sexuales o los miembros más atrasados e ignorantes de sociedades “atrasadas”. Durante el periodo colonial misiones, funcionarios coloniales y colonos presentaban una mezcla de información, imaginación, pragmatismo de conveniencia y prejuicio con el fin de explicar por qué las mujeres del Tercer Mundo eran seres inferiores, limitadas por la tradición, sin capacidad o deseo de ingresar al mundo moderno. Los planificadores del desarrollo adoptaron estos presupuestos de manera acrítica, considerando a las mujeres del Tercer Mundo como un importante obstáculo a la modernidad y por tanto al desarrollo.»(Parpart, 1996, p.337)
El feminismo desarrollista, blanco/occidental, que produjo el discurso MYD no fue menos colonial, en primer lugar porque homogenizó y universalizó la experiencia de las mujeres poniéndose a sí mismo como referente superior en una imaginaria línea histórica de progresión hacia la emancipación, de manera que las mujeres del Tercer Mundo fueron puestas en una etapa de mayor opresión y atraso, por lo que siguiendo este dictamen debían seguir las fórmulas usadas por el feminismo blanco occidental para lograr su liberación- participación en la vida política, mayor acceso educación a la educación superior, amplia inserción en el mercado laboral, control de la sexualidad y de la reproducción.
Para las expertas feministas las mujeres del Tercer Mundo: «Esta mujer promedio del Tercer Mundo lleva una vida esencialmente frustrada basada en su género femenino (léase: sexualmente restringida) y en su carácter tercermundista (Léase: ignorante, pobre, sin educación, tradicionalista, domestica, apegada a la familia, victimizada, etcétera) Esto, sugiero, contrasta con la representación (implícita) de la mujer occidental como educada, moderna, que controla su cuerpo y su sexualidad, y es libre para tomar sus propias decisiones» (Mohanty, 2008, p. 116).
Esta homogenización borra las diferencias, las historias locales y las genealogías, al tiempo que produce una nueva imagen, un estereotipo, que fija la diferencia sexual, racial o de clase, diferencia que aparece como inmutable y ahistórica de tal forma que opera en cualquier contexto y bajo cualquier circunstancia, lo que significa que el sujeto queda atrapado por esta definición. Es lo que ocurre con las mujeres del Tercer Mundo, cuya experiencia es reducida a unos márgenes de interpretación que impiden verlas más allá de la dependencia y del sometimiento a la norma patriarcal, así, muchas de las vivencias de estas mujeres, diferentes o contradictorias entre sí, terminan reducidas a una misma explicación [2].
En segundo lugar porque esa homogenización feminista fue producto de un ejercicio de colonialidad del saber, es decir, un grupo de académicas, técnicas y burócratas de los países del norte global [3], antiguas metrópolis, produjo un tipo de conocimiento, con carácter científico, sobre las mujeres del Tercer Mundo, que se arroga la voz de dichas mujeres para decidir cuáles son sus problemas y sus soluciones. Este conocimiento, además, se va a erigir como la única realidad de las mujeres pobres de los países subdesarrollados, con un halo de verdad incontrovertible que es posible dado que cuenta con un aparato institucional que materializa dichos enunciados.
En tercer lugar, está el eco que hicieron de las representaciones estereotipadas de las mujeres no blancas, que tiene un origen colonial. Dando continuidad a esas ideas, para este feminismo las mujeres de los países del sur global no tienen imaginación, suficiente razón o sentido común para dar solución a los problemas que las aquejan y es por ello que necesitan ser salvadas por sus hermanas blancas.
Por último, la mirada de la mujer del Tercer Mundo como víctima desliza un análisis estereotipante sobre las sociedades en las que habitan estas mujeres acusándolas de patriarcales, tradicionales y feudales, siendo otra vez el parámetro la experiencia occidental que, universalizada, pretende explicar fenómenos y situaciones que pudieran ser mejor comprendidos si se recurriera a las genealogías e historias locales. Esta operación termina por reforzar la imagen que ha construido el discurso del desarrollo sobre estos países señalados como atrasados, primitivos y salvajes. Así la construcción arbitraria de imágenes donde las sociedades del Tercer Mundo aparecen como feminicidas, sexualmente peligrosas y patriarcales ha justificado y sigue justificando la necesidad del desarrollo y su gran aparato.
El feminismo frente a los retos de un horizonte Posdesarrollista y Posliberal
La crítica feminista descolonial y poscolonial que cuestiona los supuestos epistémicos y políticos sobre los cuales se erige el feminismo desarrollista liberal abre la pregunta por un horizonte de la lucha política de las mujeres donde las alternativas proliferen alrededor de “mujeres” no blancas, habitantes, hacedoras y enactuantes de pluriversos, de mundos en relación, productoras de epistemes otras donde se ponen de manifiesto otras concepciones sobre el cuerpo, la organización social, el espacio/territorio, el tiempo.
Pensar y materializar esos otros horizontes es lo que Arturo Escobar ha llamado Posdesarrollo. «El postdesarrollo puede entenderse tanto como un cambio de imaginarios, una serie de preguntas y principios teóricos, como formas de acción y práctica política y social diferentes» (2010, p. 29) Siguiendo con la idea de Escobar, agregaría que, puede entenderse como un término sombrilla que acoge diferentes propuestas que retan los límites a la imaginación que ha instalado el aparato del desarrollo y su idea moderna de un mundo único con un único horizonte. Por lo tanto no caben ahí los desarrollos alternativos, sino las alternativas al desarrollo, poscapitalistas y posliberales, provenientes de los mundos indígenas, afrodescendientes, campesinos y de las periferias urbanas.
Que significa hablar de un feminismo para el posdesarrollo
En América Latina han sido los pueblos indígenas, las comunidades negras y los sectores populares los que han producido los conocimientos y llevado a la práctica el posdesarrollo, destacando dentro de esos grupos el papel de las “mujeres” (Svampa, 2021; Escobar, 2016). Cuyas acciones no solo rompen con las coordenadas de mundo que regula el aparato del desarrollo sino también con los límites que señala el proyecto emancipatorio de la agenda del feminismo desarrollista/liberal. Así, cuestiones como el acceso a la educación y al mercado laboral o los derechos sexuales y reproductivos, eje de la agenda feminista transnacional son vaciados de su sentido original y reelaborados desde posiciones situadas.
Por ejemplo, en un evento organizado por ICESI en el 2022, una de las invitadas, una lideresa afrocolombiana llamada Teofila Betancourt expresaba que el derecho a la educación no se resolvía con el acceso sino con la garantía de unos currículos basados en los saberes propios que les permitiera hacer frente a los problemas que enfrenta su mundo, en lugar de una educación mediocre, deslocalizada, que produce sujetos subalternizados. Algo similar ocurre con los derechos sexuales y reproductivos concebidos por el feminismo desde la idea del cuerpo como espacio de empoderamiento individual pero que resignificado por algunas indígenas ecuatorianas aparece como cuerpo indivisible del territorio. De esta manera, los derechos sexuales y reproductivos se desligan de la idea libertad individual y se reconfiguran como parte de las luchas colectivas contra la desterritorialización de los pueblos indígenas, en lo que Sofía Zaragocín (2018) llama las geopolíticas del útero.
Incluso en espacios urbanos hay mujeres que desde las modernidades periféricas no ven el acceso al mercado laboral como la oportunidad para crearse mejores condiciones de vida sino que optan por sobrevivir en espacios productivos informales que son compatibles con las labores de cuidado. Esto es bien ilustrado por vendedoras informales y de plazas de mercado en Bogotá, que han encontrado en el empleo informal una estrategia que, aunque precarizada, les permite manejar su tiempo y estar cerca de sus hijos e hijas, llegando a afirmar que puede ser más digno trabajar en la calle que en alguna empresa o taller. Todos estos son ejemplos que rompen con las categorías, imaginarios e indicadores que fundamentan el feminismo del desarrollo y que obligan a pensar en otras agendas.
Que retos/aprendizajes señala para el feminismo y para el feminismo del desarrollo
El primer aprendizaje es el que implica cuestionar las bases del discurso de mujer y desarrollo, es decir, apartarse definitivamente de la idea del sujeto universal mujer y de las ideas de otredad con las que se ha pretendido salvar a las mujeres del Tercer Mundo. A pesar del avance del enfoque interseccional, la idea de una experiencia universal femenina asociada a unas características biológicas sigue funcionando como núcleo duro, que permanece inalterable aun cuando se pone de presente el entrecruzamiento con otras formas de opresión. La interseccionalidad es comprendida como una suma de opresiones que deja intactas las categorías, cuando lo que debería poner en evidencia es la incapacidad de esas categorías para contener las complejas experiencias sociales, lo que evidencia la necesidad de unas nuevas.
Por ejemplo, el concepto de cuerpo/territorio propuesto por el feminismo comunitario de Lorena Cabnal (López, 2018) implicaría que el feminismo se plantee un apertura onto epistémica (De la Cadena, 2018), es decir, entender que las diferencias entre mujeres son diferencias radicales, que son personas producidas por mundos otros, con otras claves de tiempo, espacio, relacionalidad; con otras concepciones del cuerpo; con otras nociones de lo individual o lo colectivo. Muchos de esos, son mundos en relación donde no necesariamente existe una división humano no humano o naturaleza y cultura.
Entonces, la idea de cuerpo/territorio obliga a un giro ontológico en el feminismo, «Se podría objetar que “ontología” no es más que un término diferente para referirse a “cultura”» (Venkatesan 2010) y que el estudio de las ontologías se centra en las mismas preocupaciones que el de la cultura: la alteridad y los modos de representar el mundo. Sin embargo, además de replantear el sentido de diferencia, alteridad y representación, otro de los aportes del enfoque ontológico es que los diferentes mundos deben ser tomados en serio. Considerarlos seriamente significa dejar de tomar los enunciados y prácticas del otro como proyecciones simbólicas, metáforas o enunciados equívocos de lo que realmente sabemos que existe, nuestro único mundo, (Tola, 2016, p. 132)
Este mismo giro ontológico conlleva que el feminismo desarrollista deje de representar a las mujeres del tercer mundo/racializadas como versiones fallidas de la mujer blanca occidental (Rodríguez, 2018) necesitadas de corrección o salvación, según el sistema de opresión con el que se entrecruce el marcador de género o según la ubicación geopolítica. El feminismo desarrollista debe dejar de producir otredades que capturan la indescifrable diferencia para convertirla en razón de subalternización y racialización y en su lugar entender que las mujeres racializadas son agentes de transformación, que aportan conocimientos complejos de gran utilidad para hacer frente a los problemas de sus territorios y que pueden ser referentes para pensar las soluciones de los problemas globales.
Note
[1] El sistema sexo/género basado en las diferencias biológicas entre los varones y las mujeres fue impuesto en las colonias sobre las poblaciones nativas al mismo tiempo que se configuraba el sistema racial que organizaba la vida social. En los pueblos nativos hasta entonces operaba un modelo complejo de roles y asignaciones no necesariamente basado en la diferencia sexual, y que no presentaba continuidad en todas las esferas de la vida social, como si sucede en el sistema sexo/género occidental donde la carga valorativa del ser mujer funciona de la misma manera en diferentes ámbitos, si se es mujer se gana menos, se sabe menos, se tiene menos poder, en lo que constituye un sistema jerárquico constituido por identidades ya definidas. En los pueblos originarios y los de la diáspora africana la realización de ciertas tareas no estaba en muchos casos previamente definida por el sexo y los espacios de poder no presentaban una exclusión total con base en el ser varón o mujer, como tampoco era evidente un orden heterosexual o sistema binario de sexo/género.
[2] [El discurso colonial] es un aparato que pone en marcha el reconocimiento y la negación de las diferencias raciales/culturales/históricas. Su función estratégica predominante es la creación de un espacio para una “población sujeto”, a través de la producción de conocimientos en términos de los cuales se ejerce la vigilancia […] El objetivo del discurso colonial es interpretar al colonizado como una población compuesta por clases degeneradas sobre la base del origen racial, a fin de justificar la conquista y de establecer sistemas de administración e instrucción. (Bhabha, 1990, p.72)
[3] Teniendo esto en cuenta, vale la pena recordar que la expresión Mujer en el Desarrollo fue acuñada por un grupo de antropólogas y profesionales del desarrollo que trabajaban para la Society for international Development con sede en Washington y de gran influencia en la USAID (U.S Agency For International Development).
Referencias
De la Cadena M., Risor H. y Feldman J., Aperturas onto epistémicas: conversaciones con Marisol de la Cadena, Antípoda, 32, 159-177, 2018.
Escobar A., La invención del Tercer Mundo, Fundación Editorial el perro y la rana, Caracas, 2007.
Escobar A., Minga para el posdesarrollo: lugar, medio ambientes y movimientos sociales en las transformaciones globales, Universidad Mayor de San Marcos, Lima, 2010.
Escobar A., Autonomía y diseño : La realización de lo comunal, Universidad del Cauca, Sello editorial, Popayán, 2016.
López E., Lorena Cabnal: sanar y defender el cuerpo-tierra-territorio, Avispa Midia, 26 de junio 2018. Disponible en link [consultado en 13/03/2023].
Lugones M., Colonialidad y género, Tabula Rasa, 9, 73-101, 2008.
Mohanty Ch., Bajo los ojos de Occidente. Academia feminista y discurso colonial, En Hernández Castillo R. A. y Suárez Navaz L. (Coords.), Descolonizando el feminismo: Teorías y prácticas desde los márgenes, Cátedra, Madrid, 2008.
Parpart J., Quien es la otra? Una crítica feminista posmoderna de la teoría y la práctica de ‘mujer y desarrollo’, Debate Feminista, 3, 1996.
Restrepo E., La inflexión decolonial, Universidad del Cauca, Popayán, 2010.
Rodríguez C., La mujer y sus versiones oscuras, En Espinosa, Y. (Coord.), Feminismo descolonial: nuevos aportes teóricos-metodológicos a más de una década, Editorial Abya Yala, Quinto, 2019.
Tola F., El “giro ontológico” y la relación naturaleza/cultura. Reflexiones desde el Gran Chaco, Apuntes Cecyp, 27, 128-139, 2016.
Svampa M., Hoy son las mujeres, los feminismos ecoterritoriales, quienes acuñan nuevos horizontes, Fondo de mujeres del sur, 07/12/2021, 2021. Disponible en Link [consultado en 13/03/2023].
Zaragocin S., La geopolítica del útero: hacia una geopolítica feminista decolonial en espacios de muerte lenta, En Cuerpos, territorios y feminismos, editado por Delmy Tania Cruz Hernández y Manuel Bayón Jiménez, Abya Yala y Estudios Ecologistas del Tercer Mundo, Quito, 2018.
Celenis Rodríguez Moreno es abogada con una maestría en Ciencia Política. Es feminista descolonial, antirracista, con interés en el análisis descolonial del Estado, las políticas públicas de mujer y género y la formación de las subjetividades sexo-genéricas entre las poblaciones racializadas.